Una Historia de historias

«Una Historia de historias» es un proyecto de memoria histórica, centrado en la materialidad de la memoria, que busca rescatar y traer al espacio público esas historias personales o familiares que no figuran en ningún libro de historia, pero que conforman la Historia de un país, reflejan las huellas y las cicatrices que esos tiempos de violencia y convulsión política dejaron en el paisaje de nuestra memoria colectiva.

1 de noviembre de 2024

Más allá de la muerte

Para ti, Geni adorada; para que perdure mi imagen en tus pupilas, como tu amor en

mi corazón más allá de la muerte —Fernando. Toreno, 12.12.1940.


Con esta frase manuscrita en el retrato que le dibujó Antonio Buero Vallejo en la

prisión de Conde de Toreno, fechada justo el día antes de su fusilamiento, Fernando

se despide para siempre de su compañera, Eugenia Zamarrón. Y no fue el único recuerdo maravilloso que recibió Geni de Fernando en aquellos terribles días. La familia Zamarrón también logró conservar un joyero de madera con dibujos alegóricos y con una mujer tallada en hueso realizado en los talleres de la cárcel. 


Fernando Valentí se destacó en guerra por sus labores y pericia investigadora en defensa de la II República y contra la quinta columna que operaba en la capital en apoyo al levantamiento fascista, asestando duros golpes a sus integrantes. 


Al finalizar la contienda, sin barcos en Levante y sin posibilidad de escapar junto

a su novia del previsible destino que tenían reservado para él sus enemigos, ambos son apresados en Albatera. Al ser identificado, Fernando es conducido a la prisión habilitada de Conde de Toreno. Sentenciado a muerte en consejo de guerra, es fusilado junto a las tapias del cementerio del Este el 13 de diciembre de 1940. Eugenia quedó en libertad unos meses después de ser detenida y rehízo como pudo su vida, conservando la memoria de Valentí y estas obras de arte como tesoros.



Material cedido por la asociación Memoria y Libertad.
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Delantales para la memoria

 María Elisa, gracias a la fuerza de su carácter y a una fe en que forzosamente llegarían mejores tiempos, sobrevivió los años de cárcel, la vida complicada de la libertad condicional y, después, el sendero difícil de la emigración. Alcanzó los noventa y nueve años. Estando en Ventas, mi abuela María Elisa Bardia le hizo a su hija Leila Villaverde un delantalito adornado con bordados. Lo usó para llevar hilos, agujas y alfileres (por eso tiene manchitas de óxido). En la foto, el segundo delantal lo hizo mi madre Leila para mí cuando yo tenía unos cinco años. El tercero se lo hice yo a mi hija el verano pasado para celebrar sus veinticinco años. Este último delantal ha sido mi manera de hacerles un homenaje a mi abuela y a mi madre, copiando ciertos elementos de sus diseños, pero también eligiendo otros que tienen significado especial para mi hija y de esta forma unir a cuatro generaciones de mujeres y transmitir su memoria.


Elena Cerrolaza Villaverde (Montreal, Canadá, 2023)



Material cedido por la asociación Memoria y Libertad.
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27 de octubre de 2024

Volver del exilio

Esta vajilla perteneció a mi tía, la hermana mayor de mi abuela (Consultar la entrada “Huida hacia delante”). Mi tía abuela fue la primera mujer que solicitó colegiarse en un colegio de abogados de España, y la primera que ejerció. Fue muy gracioso, porque cuando ella solicitó el ingreso no encontraron en ningún estatuto que una mujer no pudiera ser abogado, y entonces, claro, se lo tuvieron que conceder, pero el papel donde se le concede la colegiatura está en masculino, porque no existía la redacción en femenino. 

Estuvo ejerciendo como abogada, y se metió en política, creo que en el partido de Blasco Ibáñez, y conoció al que fue su marido, Álvaro Pascual Leone, que también era abogado, que también se metió en política. Cuando él decidió presentarse para diputado, ella se retiró. En aquella época no se hubiese entendido que una mujer estuviera metida en política igual que su marido. Ella lo acompañaba en los mítines, y lo ayudaba y apoyaba, pero no se presentaba. 


Durante la Guerra Civil, se trasladaron a Valencia con el gobierno de la República, y más tarde a Cataluña. Tras el triunfo de los sublevados, se exiliaron a Francia. Estuvieron unos días en un campo de concentración, pero enseguida cogieron uno de los barcos que llevó a muchísimos españoles a México. Allí viajaba mi tía abuela, mi tío abuelo y mi tía, prima de mi madre, que tenía nueve añitos.


En México empezaron de nuevo, pero siendo la mitad de lo que habían sido. Mi tío juró que no pisaría España si Franco aún vivía, y aunque siempre pensó que volvería, murió antes que el dictador. Mi tía, en cambio, sí que consiguió volver.


Entonces, cuando algún exiliado solicitaba regresar (no para vivir, sino de visita), tenía que presentar tres avales, tres cartas de personas residentes en España. Evidentemente, no podían ser presos políticos o enemigos del régimen.


Esta es otra de las heroicidades de mi abuela. Por otro lado su vida fue bastante normalita, pero se vio obligada a hacer algunas hazañas como esta. Tuvo que acudir a diferentes conocidos de mi tía abuela, compañeros de instituto, amistades… Al final consiguió las tres cartas que avalaron que mi tía no era peligrosa, y que podía visitar el país. Así funcionaban las cosas. 


Con las tres cartas y el pasaporte, mi tía pudo venir a Valencia. Estuvo una temporada, vio a toda su familia, y se volvió a ir. Aún hizo dos o tres viajes más, y cada vez se tiraba aquí dos o tres meses, porque claro, un viaje tan largo y tan costoso… Venía y se quedaba una temporada, también por estar con su madre, porque mi bisabuela vivió hasta los noventa y ocho años. Yo conocí a mi tía abuela, cuando era muy pequeña. La recuerdo perfectamente cuando pasaba las temporadas largas en casa de mi abuela. Yo iba, y estaban allí las tres: mi bisabuela, mi abuela y mi tía abuela. Cuando yo tenía seis años murió mi bisabuela, y después aún tuve más contacto con mi tía abuela, hasta los diez o los doce años, cuando ella dejó de venir, porque estaba enferma y muy mayor. 


Mi tía abuela falleció en México. 

Huida hacia delante

 Mi abuela, la propietaria del mueble, era la pequeña de cuatro hermanos. Su hermana mayor estudió Derecho en una época en la que ninguna mujer estudiaba, y de sus dos hermanos, uno se hizo médico y otro abogado. Pero mi abuela no quiso estudiar, y fue una mujer más convencional. 

Cuando estalló la Guerra Civil, el gobierno se vino a Valencia, y después tuvieron que salir huyendo hacia Cataluña. Estuvieron en Barcelona, en Terrassa, y al final acabaron refugiados en un pueblo de los Pirineos. Por qué mi abuela se fue con ellos, no lo sé muy bien, pero la cuestión es que mi abuelo estaba en el frente, y mi abuela (con mi madre, que tenía un año) se fue con su hermana y con su cuñado. 


Tras varios meses esperando el final de la guerra, supongo que confiando en todo momento que iban a ganar, llegaron las noticias de que Franco había vencido. Mi tía, con su marido y su hija de nueve años decidieron pasar la frontera a Francia, porque su vida corría peligro. Pero mi abuela les dijo que ella no se iba, que cómo se iba a ir ella a otro país, y dejar a su madre y a su marido, que estaba en el frente y no sabía nada de él. 


Me chocó mucho esta historia, porque yo a mi abuela no la considero una mujer muy valiente. Pero ella en ese momento decidió quedarse en España. Todos los que estaban refugiados con ella se fueron a Francia, y mi abuela, sola, se volvió hasta Valencia con mi madre, atravesando la España devastada del fin de la guerra, la última zona que había caído.


Siempre nos contaba la anécdota de cuando llegó a Tortosa. El puente por el que debía pasar el tren había sido destruido durante la guerra, y la gente tenía que bajarse, cruzar el río Ebro en barca y coger un segundo tren. Cuando mi abuela llegó al otro lado, vio las largas colas para comprar los billetes y el tren a punto de salir. Ni corta ni perezosa, se subió sin billete, y a un niño que vio desde la ventanilla le dio el dinero y le pidió que le hiciera la cola y se lo comprase. Mi abuela se arriesgó mucho dándole el dinero, con las penurias que se estaban pasando en España en ese momento. El niño podría haber salido corriendo con las monedas, pero hizo la cola, compró el billete y se lo dio. 

26 de octubre de 2024

La cartilla de racionamiento

 En todas las familias hemos oído referir a nuestros abuelos y abuelas que la posguerra española fue mucho peor que la guerra. La destrucción económica del país y el aislamiento internacional del régimen del general Franco provocaron una situación de hambruna generalizada. Para intentar remediarla el gobierno instauró las cartillas de racionamiento, que estuvieron en vigor desde el año 1939 a 1952 y que buscaban asignar a las familias una cierta cantidad de los productos básicos más escasos.


La que aquí presentamos perteneció a una familia valenciana del barrio de Ruzafa, compuesta por el matrimonio, dos hijos y una persona de “servicio”. En su interior aparecen en diferentes hojas cupones que permitían recoger de forma diaria o semanal pan, legumbres, patatas o carne. Resulta revelador que la mayor parte de los cupones que permitían recoger carne estén intactos y no porque esta familia fuese vegetariana, la razón era mucho más lúgubre, la carne era un artículo excepcional y casi nunca se podía conseguir a través de las cartillas de racionamiento. Igual sucedía con el azúcar, los huevos y la leche de vaca.


Cada cabeza de familia tenía asignada una tienda de comestibles, con el objetivo de que la Comisaría de Abastecimientos pudiera controlar de forma más efectiva el reparto. Cuando se accedía a las tiendas el comerciante iba separando los cupones de la cartilla y entregaba el producto, previo pago del precio tasado para esa semana. La variedad y cantidad de productos ofrecidos variaba también semanalmente, en función de las posibilidades del mercado, quedando limitado en los momentos más duros de la posguerra al denostado pan negro o las lentejas que debían ser continuamente triadas en la mesa para no verse sorprendidos en el plato con algún gorgojo. La necesidad llevó a agudizar el ingenio, así nuestras bisabuelas tuvieron que hacer tortillas de patatas sin patatas y sin huevo, calamares de la “huerta”, sin calamares, o gachas de almorta. 


Evidentemente la escasez no afectó a todos por igual, las familias más pudientes o más cercanas al régimen pudieron obtener todo tipo de productos en el “mercado negro”, a precios muy elevados. Un mercado bien surtido por los estraperlistas, que amasaron grandes fortunas y que se les llamaba, con chanza, los del “haiga”, porque cuando iban a comprar un  coche siempre pedían el más grande, el más caro o el mejor “que haiga”. De esta forma, el pueblo ridiculizaba a estos nuevos ricos, tratándolos de incultos, porque casi no sabían ni hablar pero pretendían emular a las clases altas.


El estraperlo estaba fuertemente castigado, llegando en 1941 a establecerse la pena de muerte para los infractores, pero solo se perseguía, como siempre, a los más pobres. Un buen ejemplo eran los agricultores del Alto Palancia, que destinaban una parte de sus exiguos excedentes del campo a la venta en el mercado negro de la ciudad de Valencia. Para conseguir salvar a los inspectores de consumos, introducían sus productos en el tren y cuando se estaba llegando a Valencia, a la altura de Alboraya, y el convoy disminuía su velocidad sacaban los paquetes por las ventanillas sujetos por ganchos y los arrojaban para que los recogieran las personas convenidas. De vez en cuando había redada, se decomisaban los paquetes y los infractores acababan en la cárcel unas semanas. Eso sí, el producto requisado no acababa en una institución de caridad.



24 de octubre de 2024

De aquí no me muevo hasta que no aparezca

Una de las historias más recurrentes en mis reuniones familiares trata sobre los padres de mi madre. Su noviazgo transcurrió en la ciudad de Barcelona en una época marcada por la guerra, el dolor y la valentía de quienes lucharon en los campos de batalla. Sus padres, jóvenes entonces, habían vivido uno de los capítulos más oscuros de la historia de España: la Guerra Civil.


En los días de la contienda, su padre, un hombre que el destino había empujado al frente en la famosa Batalla del Ebro, desapareció sin dejar rastro durante meses. Su novia, la madre de mi madre, envuelta en una tormenta de angustia y temor, decidió emprender una búsqueda que muchos considerarían infructuosa, pero que para ella era una cuestión de vida o muerte. Sabía que los hombres del bando republicano desaparecían como sombras en la neblina del conflicto, pero la obstinación de la juventud la empujaba a desafiar lo inevitable.


Cada día, se dirigía a las oficinas de la capitanía militar, pidiendo información sobre su amado. Nadie le hacía caso. No era más que una joven en medio de una nación rota. Hasta que un día, harta de negativas, decidió plantarse allí, en la entrada. “No me iré hasta que me digan qué ha sido de él”. 


El destino quiso que ese mismo día pasara un oficial de alto rango. No se sabe si era capitán u otro cargo de mayor rango. Se detuvo al verla, intrigado por la joven y preguntó. “¿Qué hace usted aquí y por qué nadie la ha echado” preguntó con un tono de severidad matizada por la curiosidad. “Busco a mi novio”, respondió ella sin temblar. “Está desaparecido, y nadie me dice dónde está. De aquí no me muevo hasta que no aparezca”. 


El oficial, sorprendido por la temeridad de aquella joven, sonrió con una mezcla de admiración y condescendencia. “Si hubiéramos tenido más soldados con los cojones que tiene esta chica, hubiéramos ganado la guerra mucho antes”. 


Le pidió los datos. “Si está vivo, yo lo traeré”, le prometió. Y así fue. Al cabo de unos días, su padre regresó a casa. Pero no era el hombre que había partido meses antes. Era una sombra de sí mismo, un esqueleto cubierto de sarna y plagado de piojos de haber pasado el tiempo en un campo de concentración. Con el tiempo y con los cuidados de su valerosa amada, fue recuperando su humanidad, aunque las heridas invisibles de la guerra jamás terminarían de sanar del todo.


Aquel hombre, que en sus últimos días nunca revelaría los horrores que había vivido, había sido capturado en la famosa Batalla del Ebro. Dijo que era sanitario, tal vez para evitar la muerte, aunque no su captura. En aquel tiempo, muchos ocultaban su verdadera participación en la guerra, temerosos de las represalias, del juicio implacable de un país roto. Ana, como así se llama mi madre, nos suele relatar esta historia que lleva como una joya preciada en su memoria. Ella sabe que es más que una anécdota familiar. Es el testamento de una generación que había sobrevivido a los escombros de la guerra, donde el coraje de las personas, como su madre, había logrado desafiar las reglas inhumanas del conflicto.


La Nina misteriosa

El que teniu ací és la figura d'una nina. Em porta records de la Guerra Civil perquè pertanyia a la meua iaia, a la meua família. Eren republicans, d'esquerres, i mon tio, que a més era homosexual, tingué problemes al barri, al Cabanyal, i hagué d'emigrar a Alemanya. Va estar uns anys allí, treballant, i quan finalment tornà, allà als anys seixanta, s'endugué aquesta figura de sa casa d'Alemanya. Aquesta es va quedar durant molts anys en la casa del Cabanyal, i quan vaig vendre la casa la vaig portar amb mi. Mon tio i els meus avis comentaven que van ser moments molt durs. La meua iaia, per a traure uns diners, per a mantindre a la família, feia estraperlo al Cabanyal. Era una família humil.


Mon tio, com molts altres, emigrà a Europa, i a través d'aquesta figura em venen al cap eixos moments de la Guerra Civil, i sobretot de la postguerra.


20 de octubre de 2024

La cigüeña llegó bien

 Mi abuelo Luis nació en 1900 en Valencia en una familia católica y conservadora que vivía de vender ornamentos de iglesia (cálices, casullas, santos y vírgenes). No me consta que los años de la república (ni los primeros ni los últimos) los pasara mal en Valencia, pero tras el golpe de estado del 36 y al estallar la guerra sintió que estaba en peligro.

Continuos registros, amenazas, algún familiar detenido y, sobre todo, la posibilidad de ser enviado a filas en el bando republicano… le hicieron pasar a la clandestinidad mientras urdía un plan para unirse a las filas franquistas. Tras algunas peripecias que nos contaba de niño mi abuela (recuerdo como llamativa que se dedicó a la galvanotecnia para recuperar metales valiosos para la república…) decidió atravesar el frente de Teruel. En su aproximación se hizo pasar por enfermero para, desde el frente, saltar “al otro lado”.


Partió pues, dejando a mi abuela y a mi padre, (8 añitos tenía) y se dirigió al noroeste a lo largo de varios días interminables para mi abuela que vivía pegada a la radio.


Por fin, una mañana, un locutor, en el dial y el horario previsto, deslizó entre su discurso una frase: “la cigüeña llegó bien” y así supo mi abuela que el abuelo Luis había conseguido cruzar el frente sano y salvo. Al parecer, estos “códigos secretos” eran habituales para informar discretamente de deserciones exitosas en ambos bandos. 


Desde entonces la cigüeña se convirtió en una especie de firma para mi abuelo (un avatar diríamos ahora). Años después, el abuelo Luis pirograbó en un simple bastón esa cigüeña que para él y los suyos, significaba mucho más que un dibujito. Ese bastón aún está en casa de mi hermano con su inocente cigüeña que esconde una historia de divisiones, guerras y miedo que nunca debió producirse.

16 de octubre de 2024

En el Umbral del Olvido

Mi padre luchó por la República hasta el último día. Cuando ya se dio por perdida la guerra, nos acompañó a mi madre, a mi hermana pequeña y a mí hasta las cercanías del punto de la frontera por donde podíamos pasar a Francia. Creo que fue por Prats-de-Molló, pero no lo puedo asegurar.

Él debía regresar con su grupo y esperar instrucciones de sus superiores. Eso fue el 9 de febrero de 1939. A los pocos días, como se puede ver en la pág.2 de su pasaporte expedido por el Consulado de España en Perpiñán, mi padre también pudo pasar a Francia el 18 de febrero de 1939. Los pormenores y la continuación de la historia la cuento en mi libro “En el umbral del olvido”.

Barcelona, 14 de Octubre 2024.



Pasaporte expedido por el Consulado de España en Perpiñán:

  

11 de octubre de 2024

Tío Pepe, ¡no te olvidamos!

Este es Pepe Marín Daza, el hermano de mi abuela, murió y desapareció en la guerra. Era de Las Menas, un pueblo de Almería, lo reclutaron con 17 años y murió con 18, en Villafamés. Hasta hace poco, mi abuela ha conservado la última carta que envió desde el frente, pero a sus casi 100 años ya no sabe dónde está. Sin embargo, conserva esta foto y la tiene pegada sobre otra, un retrato grande en la que salen mi abuela y sus hermanos ya adultos, todos tienen entre treinta y cincuenta y el pobre Pepe, que era el mayor de todos, les da un abrazo desde otra época con sus eternos 17 años.  Después de la carta ya no supieron nada y su padre, mi bisabuelo Blas, se fue a buscarlo cuando acabó la guerra por todos los campos de concentración de prisioneros. Encontró a algunos amigos de Pepe, consiguió liberarlos a todos y se los llevó de vuelta al pueblo. A su hijo, sin embargo, nunca lo encontró.

Hace poco le pregunté a mi padre cómo podían siquiera sus abuelos estar vivos, cómo no estaban todo el día tristes y pesarosos.  Y me respondió que la madre de Pepe puso su plato en la mesa durante años, por si volvía. Mi abuela, su hermana, creció y se casó con mi abuelo, que también tenía un hermano, Juan, que había muerto a los 17 años al volver enfermo de la guerra. El primer hijo de los dos, mi padre, se llamó Juan José, en recuerdo al hermano desaparecido de mi abuela y al hermano muerto de mi abuelo. Me puedo imaginar cómo sus tragedias los unieron hasta el punto de que en el momento más feliz de su vida, el nacimiento de su primer hijo, decidieron optar por la memoria.

2 de octubre de 2024

Encarcelación en la Guerra Civil

El objeto presentado es un acta de juicio de mi tatarabuela, Teresa Duque, fechada el 6 de mayo

de 1939 en Puertollano, Ciudad Real. Este documento llegó a mis manos gracias a mi abuela,

quien ha tenido la paciencia y dedicación de responder a todas las preguntas que le he planteado

sobre la historia de nuestra familia a lo largo de la Guerra Civil. Por este motivo, y con el objetivo

de lograr una mejor comprensión, me propongo relatar la historia desde su perspectiva:



Mi madre siempre me ha contado lo que sucedió aquel día. Mi tío, al igual que mi madre,
ocupaban
un cargo relativamente importante en el Partido Sindicalista de Puertollano. Esa mañana, un
Guardia civil, amigo de mi tío, se presentó en mi casa y le advirtió: “Alfonso, vete esta noche
que mañana vienen a por ti”. Mi tío al caer la noche huyó de Puertollano en dirección a Francia.

Al día siguiente llegaron los soldados, pusieron toda la casa patas arriba y al no encontrar a mi tío,

decidieron llevarse a mi abuela. Fue así como separaron a nuestra familia. Mi madre, después

de ver como un hermano huía, otra moría y a otros se los llevaban a colegios de caridad, decidió

llevar a su única hija, que había nacido en ese entonces, y partir tras mi abuela para poder

llevarle diariamente la escasa comida que tenía y asegurarse de que estuviera lo mejor posible

en esa situación. Después de pasar por muchas cárceles, mi abuela acabó en Santander.

Mi madre logró encontrarla después de haber perdido la pista al salir de Puertollano e iba a verla

a diario. Sin embargo, a las pocas semanas de encontrarla, un día, cuando fue a llevarle una fruta,

el secretario le dijo que había muerto a causa de una enfermedad y ya no estaba allí. Lo último

que decía mi madre siempre que le preguntaba era “yo la vi el día anterior y no estaba tan enferma.

Mi madre no se murió; a mi madre la fusilaron”. Nunca sabremos si fue así, pero hoy en día no

hemos conseguido saber dónde está enterrada mi abuela.


22 de septiembre de 2024

Un sobre i bitllets de la República

Quan buidarem la casa dels meus iaios després de la seua mort, a un calaix trobarem aquest sobre oblidat amb bitllets de la República. Ma mare em va explicar que eixos diners eren tots els seus estalvis quan va acabar la guerra. En eixe moment deixaren  de tindre cap valor. A ma casa, com a quasi totes, no es parlava mai de la guerra. Jo vaig nàixer al 65, encara amb el franquisme... Quan trobarem el sobre, ma mare, que al final de la guerra era una xiqueta de dotze anys, em va explicar moltes coses. Té el membret del xicotet comerç d'alimentació i "calcer" (era espardenyer) que ells tenien a Fontanars, un també xicotet poble de la província de València. La tendeta li va ser confiscada durant la guerra. Així funcionaven les coses...


Quan la guerra va acabar, sense el seu negoci, i amb un sobre d'estalvis que ja no valia res. El futur era incert... Els meus iaios van canviar la casa que estaven construint a poc a poc abans de la guerra per un porc ("no hi havia diners", em digué ma mare), van agafar quatre mobles, una xiqueta de dotze anys i un xiquet d'onze i van emigrar a la ciutat de València, amb altres cosins.

Hui em pose a la seua pell... i pense quant ens va canviar la vida a tots aquella guerra. Sense ella segurament la meua família, com moltes altres, no hagués emigrat a la ciutat per començar una nova vida perquè l'anterior s'havia truncat, ja no existia. I aquell sobre, ja sense valor, va continuar amb ells fins a la mort, a través de les nombroses mudances que van fer al llarg de la seua vida. Un "per si de cas tot canvia de nou", un lligam al poc que et queda del que vas ser...